Sonidos molestos y ruidos colorados

Cuando dejé el piso donde me crié para ir a vivir solo, en el yeso del techo de mi habitación todavía había un bonito agujero que se remontaba a años atrás.

El hecho es que en el piso de arriba vivía una anciana completamente sorda que tenía el terrible defecto de caminar. Por qué tenía que caminar tanto, nunca lo entendí, pero el problema era que sus pasos me ponían muy agitado, cosa que sistemáticamente resultaba en gritos, crisis de rabia y meltdown apocalipticos.

Obviamente, la cosa fue llevada a la atención de la pobre mujer, y casi terminó en una de esas hermosas peleas entre vecinos. Sobre todo porque el hijo insistía que su madre hacía sus maratones en pantuflas, una explicación a la que no me creí nunca, ya que esos ruidos eran insoportables para mí.

La misma escena se repitió muchos años más tarde aquí en Barcelona. La vecina (también sorda) del el piso de arriba era una amable corredora de noventa años que a cualquier hora del día y de la noche sentía la imparable necesidad de hacer una confusión insoportable. Y, según el hijo, ella también en casa se ponía pantuflas.

Aparte las horribles marcas en el techo, la cosa parecía haberse resuelto cuando la vecina se mudó a una residencia. Pero entonces llegaron los bárbaros: un grupo de estudiantes de veinte años educados y tranquilos, si no fuera por la terrible costumbre de caminar por el pso. Y de hablar, y escuchar música y ver la televisión.

Si el problema fuera sólo eso, uno buscaría algun remedio, pero la cuestión parece sin solución. Porque cuando los chicos de arriba no están en casa, empieza el aspirante a competidor de X-Factor abajo o el filipino de enfrente con su maldito karaoke. El hecho es que podría ser también la chica en el metro masticando el chicle que me obliga a bajar corriendo cinco paradas antes, o los que comen palomitas al cine, o el tictac de la teclas del ordenador del chico sentado al fondo de la biblioteca. O el ruido de monedas con las que juega en su bolsillo el hombre detrás de mí en la cola para el cajero.

Decidí dejar de traer relojes de pulsera una tarde cuando, mientras tocaba el piano, cansado de ese tictac que podía oír incluso entre los millones de notas de la sonata de Beethoven, arranqué el dispositivo de tortura de la muñeca y lo desintegré arrojándolo contra la pared.

En definitiva, un tormento. Y lo peor es la sensación de que se me tome por loco porque esos ruidos parece que los oiga solo yo. Siempre ha sido así desde la infancia. Una habilidad espectacular para percibir ruidos insignificantes, sentir que la ansiedad aumentar, la atención centrarse solo en esos malditos ruidos hasta explotar sabiendo que nadie entendería por qué.

En inglés la llaman sound sensitivity, que significa sensibilidad a los sonidos. Es una trastorno sensorial donde se percibe que ciertos sonidos son mucho más fuertes de lo que a las demás personas normalmente aparecen; a veces se perciben con tanta fuerza que pueden causar dolor.

Esta hipersensibilidad a los sonidos, una característica bastante recurrente en personas con autismo[1], puede manifestarse de diferentes maneras, pero las afecciones más frecuentes parecen ser la hiperacusia y la misofonía.

En la práctica, la hiperacusia es una incapacidad para soportar ciertos ruidos y sonidos que normalmente son completamente tolerables para las otras personas. Es una percepción que podríamos definir exagerada, y que en algunos casos produce molestia o incluso dolor. La intolerancia a estos sonidos, en el caso de la hiperacusia, se deriva de las características físicas del sonido en cuestión (frecuencia, volumen). Un perro que ladra, un niño que grita, los frenos de un coche que chirrían o la sirena de una ambulancia pueden, para aquellos que sufren de hiperacusia, ser sonidos realmente dolorosos.

La misofonía, sin embargo, es una intolerancia hacia ciertos sonidos o ruidos independientemente de sus características físicas. A menudo, estos son sonidos extremadamente débiles, a veces imperceptibles para los demás, como el ruido de masticar o mordisquear, la respiración, el ruido de las teclas de la computadora o el tictac del reloj.

En cuanto a la hiperacusia, las causas parecen ser múltiples: desde una exposición excesiva a sonidos fuertes o ruidos hasta infecciones del oído. En algunos casos es una condición presente desde el nacimiento. Lo que sucede es que, ante una reducción en la señal emitida por la cóclea, el nervio auditivo intenta compensar con una mayor actividad, lo que resulta en una señal más fuerte y, en consecuencia, en una percepción de ciertos sonidos mucho más fuerte de lo normal.

Las causas de la misofonía, por otro lado, parecen ser diferentes. Según un estudio reciente[2], en las personas que sufren de misofonía se ha encontrado una hiperconectividad de la corteza prefrontal ventromedial – que es un área involucrada en los procesos de toma de decisiones y, muy importante, en la regulación de las emociones como el miedo y el riesgo. Lo que sucede es que, en la práctica, la amígdala (estructura que gestiona las emociones como el miedo) asocia ciertos sonidos a señales de peligro. Luego, el cerebro interpreta sonidos inofensivos como el ruido de una persona que mastica, como un peligro inminente y desencadena la reacción de estrés.

Es importante, como ya he dicho muchas veces, tomar muy en serio los comportamientos o reacciones de las personas autistas que parecen más extraños o inexplicables. En realidad, debido a que no somos alienígenas, usualmente hay una razón por esas reacciones. Antes de etiquetar las quejas de los niños sobre esos ruidos imaginarios como caprichos, pregúntese si no es un caso de misofonía. Lo mismo se aplica a todas aquellas situaciones similares a las que he descrito anteriormente, como los ruidos de los vecinos, el ruido cuando se mastica, etc.: no importa cuán exageradas puedan parecer, las reacciones a esos sonidos son bastante naturales para las personas con un estilo cognitivo y perceptivo diferente.

A lo largo de los años me he dado cuenta de que para mí una buena técnica es “cubrir” los ruidos molestos con otros más soportables o incluso agradables. De niño utilizaba el sonido del ventilador (como también lo dije en mi libro Eccentrico) como ruido de fondo. Incluso el agua que fluye tiene sobre mi el mismo efecto de calmarme y al mismo tiempo eliminar otros ruidos molestos.

Está claro que no podemos vivir al lado de un grifo o en la ducha. Últimamente he estado usando los que llamo ruidos de color, como el ruido rosa y el marrón. Estas son variantes del famoso “ruido blanco” (el ruido que emite la radio cuando no está sintonizada a ninguna estación), pero no incluyen las frecuencias más altas, a menudo molestas, que hay en el ruido blanco. En particular, el ruido rosa es muy similar a la lluvia, y además de crear una especie de pantalla contra ruidos molestos, tiene un efecto calmante considerable y concilia el sueño.

Hay videos en YouTube con horas y horas de estos ruidos para usar en momentos críticos, o aplicaciones muy útiles para teléfonos móviles y tabletas que también permiten la programación de temporizadores, una función muy útil si desea usar esta técnica para conciliar el sueño.

En general, parece también que la terapia cognitivo-conductual también funciona bien usando técnicas de re-consolidación de la memoria, con las que se intenta disociar el sonido de la emoción negativa.

Notas:

[1] Danesh, A. A., Lang, D., Kaf, W., Andreassen, W. D., Scott, J., & Eshraghi, A. A. (2015). Tinnitus and hyperacusis in autism spectrum disorders with emphasis on high functioning individuals diagnosed with Asperger’s Syndrome. International Journal of Pediatric Otorhinolaryngology, 79(10), 1683–1688.

[2] Kumar, S., Hancock, OT., Sedley,, W., Winston, JS., Callaghan, MF., Allen M., Cope, TE., Gander, PE., Bamiou, DE., Griffiths, TD (2017). The brain basis for misophonia. Current Biology (in Press).

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